Mostrando entradas con la etiqueta La contrariedad como fracaso.. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta La contrariedad como fracaso.. Mostrar todas las entradas

lunes, 26 de abril de 2010

La contrariedad como fracaso

Sigamos viendo qué le pasó a Rosita (en el ejemplo que dimos algunas semanas atrás). 
¿Cómo es posible que el juicio de Rosita se apartara tanto de la realidad? El primer error que ella comete, con lo que tiene que ver con su autoestima, fue concederle tanta importancia a la reacción de sus oyentes.
Ella tenía que dar una presentación y le dio un rango de trascendencia. Para ellos, los oyentes, no fue sino un evento más de una reunión larga y tediosa. Todos los que hemos actuado en cargos gerenciales sabemos que la primer hora es agradable, pero luego uno se cansa y ya no lo es tanto. Y ella interpretó los semblantes inexpresivos y la ausencia de preguntas como un fracaso por su parte, cuando en realidad eran producto de una agenda demasiado cargada y una desatención por parte de los presentes. Lo que se quedó demostrado en la sequedad del agradecimiento y la invitación a abandonar la reunión enseguida.
Lo paradójico es que, si los consejeros se hubiesen dado cuenta de la dificultad que representaba el encargo de Rosita, a lo mejor habrían agradecido más expresivamente el esfuerzo. Pero lo único que vieron fue una ejecutiva joven que despachaba con eficiencia una explicación rutinaria. La misma fue tan clara y tan completa, que hizo innecesaria cualquier intervención o cualquier turno de preguntas al final de la misma.
El segundo error de Rosita fue exigirse demasiado a sí misma. Ella sólo se permitía la perfección., exagerando fuera de toda medida cualquier pequeño fallo. Tal vez un fallo en que no había reparado nadie más.
Cosas así nos pasan todos los días. Este tipo de equívocos es más usual de lo que creemos. Vemos fallos en donde no ha pasado nada, sentidos el dolor de la humillación, y procuramos en adelante evitar cualquier experiencia de ese orden.
Por supuesto que no todos los reveses son producto de percepciones equivocadas. Todos estamos expuestos a cometer errores inequívocos, innegables. Pero la sensación de fracaso es algo que añadimos por nuestra propia cuenta. Incluso cuando vivimos una auténtico revés no conseguimos verlo como un reto para volver a empezar, o una invitación a cambiar de línea de conducta. Quedamos convencidos de que el fallo está dentro de nosotros.
Entonces vivimos con el afán de no repetir la experiencia, por el simple hecho de querer evitar y reducir la futura incidencia en nuevos errores semejantes. Pero si continuamos así llegaremos al extremo de no querer asumir nunca ningún riesgo ni ensayar nada nuevo. Esta situación, claramente, no conduce a ningún logro, y se torna ruinosa para la confianza en uno mismo.
Además, no tiene sentido empecinarse en la línea que conduce al fracaso. Así que necesitamos una estrategia que, además de reducir la incidencia de los reveses innecesarios, nos proporcione recursos para asumirlos positivamente en caso de que se produzcan. Por eso es nuestra tarea tratar de ir orientando desde este blog que cosas podemos poner en práctica.

sábado, 27 de febrero de 2010

La contrariedad como fracaso

La contrariedad se vive como un fracaso, y  la experiencia del fracaso da rienda suelta a un montón de pensamientos negativos. Cada vez que tengamos un reto similar al que el que propició el fracaso, nos resistiremos a enfrentarlo. Nos protegemos de esa manera de volver a pasar por una experiencia igual. Y a la vez comenzamos a imaginar que el resto de las personas están observando nuestra ineptitud, nos juzgan y nos condenan.
Es tan triste como cierto: el fracaso deja más huellas y además huellas más profundas que los éxitos. Si una conducta es percibida como una metedura de pata, la misma hace dudar de uno mismo anulando incluso toda una larga serie de victorias.
El fracaso, ¿qué es en realidad? Vistos en forma positiva, los fracasos no son sino simples contrariedades que se nos presentan en el camino, son retos que debemos superar.
Veamos algunos ejemplos:
·        *  Recibimos un encargo pero nos plantea un problema imprevisto.
·        *  Necesitamos financiamiento adicional pero nos deniegan el crédito.
·         * Se produce una vacante a nivel superior pero prefieren a otro candidato,
·         * Perdemos un contrato importante.
·         * Se reestructura la empresa y  nuestro puesto de trabajo figura entre los que desaparecen.
Vemos los dos primeros ejemplos y considerémoslos como retos. Y  si son retos, ¿Por qué también los demás? Desde luego que no conseguir un ascenso sí reviste mayor carácter de revés personal y rechazo. Si se pierde el empleo repercute y se complica con la posible inminencia de cambios en la vida de uno, cambios que además pueden volverse profundos. Pero si los miramos desde la perspectiva correcta, todos ellos son desafíos. Ninguna de estas contrariedades o “fracasos” son motivo valedero para tirar la toalla.
La verdad es que el juez más severo con respecto a nuestra actuación somos nosotros mismos. Los indicios para el veredicto que tanto va a repercutir en nuestra autoestima muchas veces suele ser muy débil.